El ritmo de vida que llevamos en la mayoría de países capitalistas es incoherente e insostenible. Vivimos con excesivos caprichos y comodidades; tantos, que apenas los valoramos. Para mantener este ritmo frenético trabajamos los dos miembros de la pareja a cambio de convivir poco o casi nada juntos. La mujer se ha emancipado, pero el hombre sigue sin entrar en el ámbito familiar, lo que comporta que la mayoría de faenas y responsabilidades domésticas recaigan en ella. Como consecuencia, muy pronto surgen los conflictos de pareja y, para solucionarlos, contratamos a alguien que haga las tareas de casa.
Los dos miembros de la pareja tienen coche y todos los gastos que ello conlleva: gasolina, taller, seguros-. También todos tenemos móvil, comemos o desayunamos en el bar y vamos al restaurante o al centro comercial los fines de semana. Por si fuera poco no nos queremos, no nos gustamos y las operaciones de estética aumentan año tras año y a edades cada vez menores. Todos estos gastos sumados superan el sueldo de uno de los miembros de la pareja, pero claro, hay que subirse al carro de la vida moderna y vivir como los demás. Si, por otro lado, tenemos un trabajo que nos llena, que nos aporta algo de crecimiento personal, que nos sirve para ampliar las relaciones sociales, perfecto. Pero si no estamos a gusto, ¿qué hacemos?
A menudo olvidamos que la felicidad se mide por la cantidad de tiempo libre que tenemos y por los afectos que cultivamos, y no por tener cosas que no necesitamos y que esta sociedad capitalista nos obliga a tener, a desear y a necesitar. Deberíamos pisar el freno.
Los dos miembros de la pareja tienen coche y todos los gastos que ello conlleva: gasolina, taller, seguros-. También todos tenemos móvil, comemos o desayunamos en el bar y vamos al restaurante o al centro comercial los fines de semana. Por si fuera poco no nos queremos, no nos gustamos y las operaciones de estética aumentan año tras año y a edades cada vez menores. Todos estos gastos sumados superan el sueldo de uno de los miembros de la pareja, pero claro, hay que subirse al carro de la vida moderna y vivir como los demás. Si, por otro lado, tenemos un trabajo que nos llena, que nos aporta algo de crecimiento personal, que nos sirve para ampliar las relaciones sociales, perfecto. Pero si no estamos a gusto, ¿qué hacemos?
A menudo olvidamos que la felicidad se mide por la cantidad de tiempo libre que tenemos y por los afectos que cultivamos, y no por tener cosas que no necesitamos y que esta sociedad capitalista nos obliga a tener, a desear y a necesitar. Deberíamos pisar el freno.
Cristina Romeu (Sant Joan Despí)
Enviado a EL PERIDICO de CATALUNYA y publicado el día 16 de julio de 2008
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