El día que Vasudeva, el primogénito del poderoso comerciante Kawasami, comunicó a su padre que quería ser un sramana para vivir de la caridad y encontrar el camino, causó una gran decepción en el seno de su enriquecida familia. Discutieron. Su padre consideraba aquello como una deshonra a su casta y posición. Pero nada ni nadie pudo impedir que se marchase en pos de la verdad. Se llevó de acompañante a Govinda, su fiel e inseparable amigo desde la infancia. Cada uno trajo consigo un pequeño atillo con los escasos enseres que un caminante podía llevar. Govinda se extrañó de que su amigo tuviese por equipaje una pequeña pero alargada vasija, quizá del tamaño de una botella como las que habían visto en las tabernas de los ingleses en Dehli. Pero no se atrevió a preguntarle por temor de que su amigo y a quien consideraba hermano mayor, se pudiese enojar.
Cuando ya habían transcurrido cerca de dos semanas desde su marcha, empezaron a atravesar una zona muy árida donde no había ríos ni arroyos y, apenas se podía localizar alguna fuente. Así los escasos manantiales registraban largas colas de sedientos, que una vez satisfecha su necesidad, se volvían a enganchar, como si temiesen que aquel hontanar fuese el último de la Tierra.
—Hermano —dijo Govinda—, ¿No nos vamos a detener para beber agua? Aunque puedo aguantar como sabes sin mucho alimento, no sucede lo mismo cuando se trata de tener sed.
—También la sed debe ser dominada, hermano. En el camino saciaremos nuestras necesidades —respondió Vasudeva.
Así prosiguieron su recorrido en precario y con gran dificultad. Llevaban ya sucedidas tres jornadas desde que pasaron junto a la última fuente. Hicieron un alto en su deambular para reponer con la respiración el alimento que no tenían.
Ya, recuperados, Govinda se decidió:
—Vasudeva, amigo, hermano, guía, ¿puedo humildemente hacer una pregunta sin que te incomodes?
—Por supuesto —respondió sin sorpresa Vasudeva.
—¿Por qué transportas contigo esa vasija vacía, si por aquí no hay ni ríos ni lagos y tampoco hay veneros donde llenarla?
—Govinda, amigo mío, nunca se sabe —respondía.
Reemprendieron la marcha y al poco, las nubes cubrieron todo el cielo. Empezó a soplar un viento más frío pero agradable en aquellos lugares. No pasó mucho más tiempo hasta que las primeras gotas de una fina lluvia empezaron a mojar el suelo. La precipitación empezó a ganar intensidad. En ese momento, Vasudeva extendió la vasija y la mantuvo sujeta hasta que se llenó. La ofreció a Govinda que sin preguntar se bebió todo el contenido. La mirada de Vasudeva evitó que éste pidiese disculpas. Ambos sabían que estaban muy sedientos. Repitieron varias veces el gesto de llenar y ofrecer la bebida hasta que no necesitaron más. Vasudeva guardó el recipiente lleno y se dirigió a Govinda:
—Hemos tenido suerte amigo mío, ha llovido. Pero dime, ¿esa suerte nos hubiese sido beneficiosa sin el recipiente que tanto despertó tu curiosidad y, me atrevo a decir, contrariedad? Hemos tenido suerte, sí, pero la suerte sin el conocimiento y sin la capacidad para gestionarla, no nos habría servido para nada.
—Gracias hermano. Hoy he aprendido mucho, y a partir de ahora cuando alguien en el camino nos hable de su buenaventura no envidiaré su suerte sino su capacidad.
Cuando ya habían transcurrido cerca de dos semanas desde su marcha, empezaron a atravesar una zona muy árida donde no había ríos ni arroyos y, apenas se podía localizar alguna fuente. Así los escasos manantiales registraban largas colas de sedientos, que una vez satisfecha su necesidad, se volvían a enganchar, como si temiesen que aquel hontanar fuese el último de la Tierra.
—Hermano —dijo Govinda—, ¿No nos vamos a detener para beber agua? Aunque puedo aguantar como sabes sin mucho alimento, no sucede lo mismo cuando se trata de tener sed.
—También la sed debe ser dominada, hermano. En el camino saciaremos nuestras necesidades —respondió Vasudeva.
Así prosiguieron su recorrido en precario y con gran dificultad. Llevaban ya sucedidas tres jornadas desde que pasaron junto a la última fuente. Hicieron un alto en su deambular para reponer con la respiración el alimento que no tenían.
Ya, recuperados, Govinda se decidió:
—Vasudeva, amigo, hermano, guía, ¿puedo humildemente hacer una pregunta sin que te incomodes?
—Por supuesto —respondió sin sorpresa Vasudeva.
—¿Por qué transportas contigo esa vasija vacía, si por aquí no hay ni ríos ni lagos y tampoco hay veneros donde llenarla?
—Govinda, amigo mío, nunca se sabe —respondía.
Reemprendieron la marcha y al poco, las nubes cubrieron todo el cielo. Empezó a soplar un viento más frío pero agradable en aquellos lugares. No pasó mucho más tiempo hasta que las primeras gotas de una fina lluvia empezaron a mojar el suelo. La precipitación empezó a ganar intensidad. En ese momento, Vasudeva extendió la vasija y la mantuvo sujeta hasta que se llenó. La ofreció a Govinda que sin preguntar se bebió todo el contenido. La mirada de Vasudeva evitó que éste pidiese disculpas. Ambos sabían que estaban muy sedientos. Repitieron varias veces el gesto de llenar y ofrecer la bebida hasta que no necesitaron más. Vasudeva guardó el recipiente lleno y se dirigió a Govinda:
—Hemos tenido suerte amigo mío, ha llovido. Pero dime, ¿esa suerte nos hubiese sido beneficiosa sin el recipiente que tanto despertó tu curiosidad y, me atrevo a decir, contrariedad? Hemos tenido suerte, sí, pero la suerte sin el conocimiento y sin la capacidad para gestionarla, no nos habría servido para nada.
—Gracias hermano. Hoy he aprendido mucho, y a partir de ahora cuando alguien en el camino nos hable de su buenaventura no envidiaré su suerte sino su capacidad.
© Manel Aljama (Noviembre 2009)
ilustración Buda y Medicina (fuente: Internet)
El texto de este cuento es totalmente mío y con mis palabras. Si se parece a alguna historia conocidad no es casual. Es intencionado.
ResponEliminaEl Yogi español Ramiro Calle recopiló en la India muchas narraciones que se circulan como anónimas o con la firma de Bucay u otro autor de autoayuda, sin cambiar una sola coma de su redactado...
Yo he pretendido con este cuento hacer pensar al menos dos veces a quien, ante tu buenaventura te dice "qué suerte tienes", descartando los esfuerzos, sufrimientos y capacidad para gestionar la suerte que cree que posees y que a veces, la envidia considere que ni mereces.
Es cierto que a veces juzgamos la suerte de los demás sin analizar el trabajo o los movimientos que lo han llevado allí...
ResponEliminaMe ha recordado aquello de "A dios rogando y con el mazo dando..."
Estupenda reflexión para el día a día. Gracias Manel.
La suerte no existe, es la consecuencia de una actitud mental positiva. Muy bueno, Manel. Me encanta este tipo de cuentos. Hasta pronto. Un abrazo.
ResponEliminaSI ES LO MISMO QUE YO ESTUVE ABLANDO AYER CON MI HIJA... LA SUERTE SI NO ESTA UNIDA A LA SABIDURÍA, PASARA POR TU LADO Y NO LA VERAS, MI PADRE SIEMPRE DECIA UN REFRAN MUY ANTIGUO. !!! AL SABER LE LLAMAN SUERTE!!! UN BESO.... Y GRACIAS....
ResponEliminaPues tienes razon y es que la suerte pasa para todos pero no todos reunen los requisitos para aprovecharla, entre ellos el sacrificio antes realizado y conocimientos para gestionarla.
ResponEliminaHermosa historia
Un saludo