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| © Imatge: de sadaf radi on Unsplash |
El
día en que Vasudeva, el primogénito del poderoso comerciante Kawasami,
comunicó a su padre que quería ser un sramana para vivir de la caridad y
encontrar el camino, causó una gran decepción en el seno de su
enriquecida familia. Discutieron. Su padre consideraba aquello como una
deshonra a su casta y posición. Pero nada ni nadie pudo impedir que se
marchase en pos de la verdad. Se llevó de acompañante a Govinda, su
fiel e inseparable amigo desde la infancia. Cada uno trajo consigo un
pequeño hatillo con los escasos enseres que un caminante podía llevar.
Govinda se extrañó de que su amigo tuviese por equipaje una pequeña,
pero alargada vasija, quizá del tamaño de una botella como las que
habían visto en las tabernas de los ingleses en Dehli. Pero no se
atrevió a preguntarle por temor de que su amigo, a quien consideraba
hermano mayor, se pudiese enojar.
Cuando ya habían transcurrido cerca de dos semanas desde su marcha, empezaron a atravesar una zona muy árida donde no había ríos ni arroyos y, apenas se podía localizar alguna fuente. Así, los escasos manantiales registraban largas colas de sedientos, que, una vez satisfecha su necesidad, se volvían a enganchar, como si temiesen que aquel hontanar fuese el último de la Tierra.
—Hermano —dijo Govinda—, ¿no nos vamos a detener para beber agua? Aunque puedo aguantar como sabes sin mucho alimento, no sucede lo mismo cuando se trata de tener sed.
—También la sed debe ser dominada, hermano. En el camino saciaremos nuestras necesidades —respondió Vasudeva.
Así prosiguieron su recorrido en precario y con gran dificultad. Llevaban ya sucedidas tres jornadas desde que pasaron junto a la última fuente. Hicieron un alto en su deambular para reponer con la respiración el alimento que no tenían.
Ya, recuperados, Govinda se decidió:
—Vasudeva, amigo, hermano, guía, ¿puedo humildemente hacer una pregunta sin que te incomodes?
—Por supuesto —respondió sin sorpresa Vasudeva.
—¿Por qué transportas contigo esa vasija vacía, si por aquí no hay ni ríos ni lagos y tampoco hay veneros donde llenarla?
—Govinda, amigo mío, nunca se sabe —respondía.
Reemprendieron la marcha y al poco, las nubes cubrieron todo el cielo. Empezó a soplar un viento más frío pero agradable en aquellos lugares. No pasó mucho más tiempo hasta que las primeras gotas de una fina lluvia empezaron a mojar el suelo. La precipitación empezó a ganar intensidad. En ese momento, Vasudeva extendió la vasija y la mantuvo sujeta hasta que se llenó. La ofreció a Govinda que, sin preguntar, se bebió todo el contenido. La mirada de Vasudeva evitó que éste pidiese disculpas. Ambos sabían que estaban muy sedientos. Repitieron varias veces el gesto de llenar y ofrecer la bebida hasta que no necesitaron más. Vasudeva guardó el recipiente lleno y se dirigió a Govinda:
—Hemos tenido suerte, amigo mío, ha llovido. Pero dime, ¿esa suerte nos hubiese sido beneficiosa sin el recipiente que tanto despertó tu curiosidad y, me atrevo a decir, contrariedad? Hemos tenido suerte, sí, pero la suerte sin el conocimiento y sin la capacidad para gestionarla, no nos habría servido para nada.
—Gracias, hermano. Hoy he aprendido mucho, y a partir de ahora, cuando alguien en el camino nos hable de su buenaventura, no envidiaré su suerte, sino su capacidad.
Cuando ya habían transcurrido cerca de dos semanas desde su marcha, empezaron a atravesar una zona muy árida donde no había ríos ni arroyos y, apenas se podía localizar alguna fuente. Así, los escasos manantiales registraban largas colas de sedientos, que, una vez satisfecha su necesidad, se volvían a enganchar, como si temiesen que aquel hontanar fuese el último de la Tierra.
—Hermano —dijo Govinda—, ¿no nos vamos a detener para beber agua? Aunque puedo aguantar como sabes sin mucho alimento, no sucede lo mismo cuando se trata de tener sed.
—También la sed debe ser dominada, hermano. En el camino saciaremos nuestras necesidades —respondió Vasudeva.
Así prosiguieron su recorrido en precario y con gran dificultad. Llevaban ya sucedidas tres jornadas desde que pasaron junto a la última fuente. Hicieron un alto en su deambular para reponer con la respiración el alimento que no tenían.
Ya, recuperados, Govinda se decidió:
—Vasudeva, amigo, hermano, guía, ¿puedo humildemente hacer una pregunta sin que te incomodes?
—Por supuesto —respondió sin sorpresa Vasudeva.
—¿Por qué transportas contigo esa vasija vacía, si por aquí no hay ni ríos ni lagos y tampoco hay veneros donde llenarla?
—Govinda, amigo mío, nunca se sabe —respondía.
Reemprendieron la marcha y al poco, las nubes cubrieron todo el cielo. Empezó a soplar un viento más frío pero agradable en aquellos lugares. No pasó mucho más tiempo hasta que las primeras gotas de una fina lluvia empezaron a mojar el suelo. La precipitación empezó a ganar intensidad. En ese momento, Vasudeva extendió la vasija y la mantuvo sujeta hasta que se llenó. La ofreció a Govinda que, sin preguntar, se bebió todo el contenido. La mirada de Vasudeva evitó que éste pidiese disculpas. Ambos sabían que estaban muy sedientos. Repitieron varias veces el gesto de llenar y ofrecer la bebida hasta que no necesitaron más. Vasudeva guardó el recipiente lleno y se dirigió a Govinda:
—Hemos tenido suerte, amigo mío, ha llovido. Pero dime, ¿esa suerte nos hubiese sido beneficiosa sin el recipiente que tanto despertó tu curiosidad y, me atrevo a decir, contrariedad? Hemos tenido suerte, sí, pero la suerte sin el conocimiento y sin la capacidad para gestionarla, no nos habría servido para nada.
—Gracias, hermano. Hoy he aprendido mucho, y a partir de ahora, cuando alguien en el camino nos hable de su buenaventura, no envidiaré su suerte, sino su capacidad.
© Manel Aljama (Noviembre 2009)
Escriptor, Editor, Podcaster, Creador de Continguts i Formador de Tecnologies
Publicado anteriormente el 12/112009 y 22/5/2011
© Imatge: de sadaf radi on Unsplash

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