Potser, una de les coses que més necessitem és aprendre a distingir el
que és útil del que és valuós. Un llevataps és útil. Una abraçada és valuosa. Una porta és útil. Una amistat és una cosa valuosa.
Gairebé sempre, el que és útil és més car que el que és valuós. De fet, el que és valuós poques vegades costa diners. I això passa perquè els diners són útils, però no són valuosos. El que és valuós genera molta més felicitat a llarg termini que el que és útil. Malgrat sovint, valorem més la cosa útil que la cosa valuosa
Els
millors moments de la vida no costen diners. Veure néixer un fill, el
primer petó, sentir que voles de la mà d'algú. Els moments que ens passen pel cap abans d'abandonar aquest món no van costar diners. Aquests moments són el més valuós que tenim.
Quan t'assalti una preocupació, atura't a pensar si el que busques és útil o valuós. Aprèn a distingir i t'adonaràs que viure bé no és tan car com t'havien explicat.
Text trobat a Internet, sense autor conegut. Traduït al català i publicat per Manel Aljama (setembre de 2022) Escriptor, Editor, Proveïdor de Continguts Digitals i Formador de Tecnologies
Créditos de consumo en vez de créditos para bienes raíces
Apariencias, marcas en vez de calidad / precio
Casa de sus sueños en vez que necesite un coste alto en vez de vivir cómodo y práctico y el coche para impresionar o para hacer servicio con calidad / precio
Regalos desproporcionados a sus posibilidades financeras
Comprar sin presupuesto vs con presupuesto, con un plan pensando en el FUTURO y no en el PRESENTE
Se les acercan los animales y también los niños. Aparentan ser más jóvenes de edad y sonríen mucho. Envejecen lento. Siempre muestran su niño interno. Tienen muy pocos amigos de verdad y son muy sensibles y empáticos.
Els meus límits Els meus pensaments i les meves accions Les metes que m'he fixat A qui dono la meva energia Com parlo amb mi mateix Com manego els reptes
Leticia fue mi alumna en la escuela 'Justo
Sierra", en plena Sierra. Tenía 11 años de edad. Once años conociendo las
carencias y la mugre de la vida. Siempre con la misma ropa, heredada por una
tradicional necesidad familiar. Once años batallando con los bichos de día y de
noche. Con una nariz que como vela escurría todo el tiempo.
Con el pelo largo y descolorido sirviendo de tobogán a
los piojos. Aun así, era de las primeras en llegar a la escuela. Tal vez iba
por los momentos necesarios para soñar que era lo que no; aunque enfrentara el
rechazo y el asco de los demás.
A la hora del trabajo en equipo nadie la quería. No
dieron la oportunidad para demostrar qué tan inteligente era: el repudio fue lo
que Leticia conoció. Me desconcertaba el hecho de ver que algunos varones con
características semejantes a las de Leticia eran aceptados por el resto de las
niñas y los niños, pero no ocurría lo mismo con Leticia y las niñas. A mí sólo
se me ocurría hacer recomendaciones que nunca fueron atendidas.
En ese tiempo me preguntaba:
¿de qué sirve leer cuentos a esos niños que no han
comido?;
¿serviría de algo alimentarlos con fantasías?
Yo creía que sí, pero no sabía hasta dónde. Constantemente
les brindaba relatos, sobre todo en la mágica hora de lecturas, dos veces por
semana.
Un día conté "La Cenicienta" y cuando llegué
a la parte en que el hada madrina transformó a la jovencita andrajosa en una
bella señorita de vestido vaporoso y zapatillas de cristal, Leticia aplaudió
frenéticamente el milagro realizado.
Había una súplica en su rostro que provocó la burla de
los que no tenían la misma capacidad ni la misma necesidad de soñar. Esta vez
hubo recomendaciones y regaños.
En otra ocasión, pregunté a mis alumnas y alumnos:
¿qué quieren ser cuando sean grandes?
Y el cofre de sus deseos se abrió ante mí: alguien
quería ser astronauta, aunque al pueblo ni el autobús llegaba; otros querían
ser maestros, artistas o soldados.
Cuando le tocó el turno a Leticia, se levantó y con
voz firme dijo:
—¡Yo quiero ser doctora! —y una carcajada insolente se
escuchó en el salón.
Apenada, se deslizó en su banca invocando al hada
madrina que no llegó. Mi labor en esa escuela terminó junto con el año escolar.
La vida siguió su curso. Después de quince años, regresé por esos rumbos, ya
con mi nombramiento de base. Hasta entonces encontré algunas respuestas y otras
preguntas. Las buenas noticias me abordaron en autobús, antes de llegar al
crucero donde trasbordan los pasajeros que van al otro poblado. Llegaron en la
presencia de una señorita vestida de blanco.
—¡Usted es el maestro Víctor Manuel!..., Usted fue mi
maestro! —me dijo sorprendida y sonriente.
El que podía encantar serpientes con las historias que
contaba.
Halagado, contesté:
—Ése mero soy yo.
—¿No me recuerda, maestro? —preguntó, y continuó
diciendo con la misma voz firme de otro tiempo—, yo soy Leticia... y soy
doctora...
Mis recuerdos se atropellaban para reconstruir la
imagen de aquella chiquilla que en otro tiempo nadie quería tener cerca. Se
bajó en el crucero dejando, como La Cenicienta, la huella de sus zapatillas en
el estribo del autobús...
Y a mi con mil preguntas.
Todavía alcanzó a decirme:
—Trabajo en Parral ... búsqueme en la clínica tal... y
se fue…
Un día fui a la clínica que me dijo y no la encontré. No
la conocían ni la enfermera ni el conserje. ¡Era demasiada belleza para ser
verdad!
"Los cuentos son bellos, pero no dejan de ser
cuentos", me lamentaba.Arrepentido de haber ido, y casi derrotado,
encontré a la directora de la clínica y hablé con ella.
Lo que me dijo, revivió mi fe en la gente y en la
literatura:
—La doctora Leticia trabajaba aquí —me contó—. Es muy
humana y tiene mucho amor por los pacientes, sobre todo con los más
necesitados.
—Ésa es la persona que yo busco —casi grité.
—Pero ya no está con nosotros —dijo la directora.
—¿Se murió? —pregunté ansioso.
—No. La doctora Leticia solicitó una beca para
especializarse y la ganó. Ahora está en Italia.
Leticia sigue aprendiendo más y enseñando sus secretos
para luchar. Yo sigo queriendo saber hasta dónde llega el poder de las
palabras; ¿cuál es el sortilegio para encantar a las serpientes que jalan a los
descobijados?; como profesor, ¿qué puedo hacer para equilibrar la balanza de la
justicia social ante casos parecidos?; ¿cuándo empezó el despegue de los sueños
de Leticia en cuanto al resto de sus compañeras y compañeros?; ¿dónde radica la
fortaleza de las mujeres que superan cualquier expectativa?
Ya no quiero ser el maestro de Leticia: Ahora quiero
aprender.
Quiero que me enseñe cómo evoluciona una oruga hasta
convertirse en ángel y, sobre todo, quiero descubrir cuál fue la varita mágica
que la convirtió en la Princesa del Cuento.
Cuento adaptado por el maestro, Víctor Manuel Cruz Castañón.
Texto revisado por Manel Aljama Escriptor, Editor, Proveïdor de Continguts Digitals i Formador de Tecnologies
Después de varias semanas sin grabar, les comparto una linda reflexión
sobre la ira (y la venganza), que tengan una buena semana, no se olviden de compartir.